
SEATTLE — Pasaron casi cinco horas, 15 entradas, 472 lanzamientos y una montaña rusa emocional que terminó con un solo swing. Jorge Polanco, con el estadio rugiendo en cada respiración, conectó el hit que devolvió al Seattle Mariners a la Serie de Campeonato de la Liga Americana por primera vez desde 2001.
Final: Seattle 3, Detroit 2. Historia pura.
Fue el juego de eliminación más largo en la historia de la postemporada de MLB, un duelo de resistencia que tuvo de todo: cambios de lanzadores, batazos agónicos, fanáticos de pie durante horas y un equipo decidido a no rendirse.
“No querían irse del estadio hasta ganar”, dijo el mánager Dan Wilson. “Y lo hicieron realidad”.
Desde el primer lanzamiento, George Kirby y Tarik Skubal dejaron claro que no habría espacio para errores. Skubal, probablemente el mejor zurdo de la temporada, dominó con una actuación de 13 ponches y solo dos hits permitidos, alcanzando las 101 millas por hora antes de dejar el juego. Kirby respondió con precisión quirúrgica hasta que Kerry Carpenter lo castigó con un jonrón de dos carreras en el sexto inning que puso a los Tigers arriba 2-1.
Parecía un golpe definitivo, pero Seattle se negó a desaparecer. En el séptimo, el venezolano Leo Rivas, que celebraba su cumpleaños 28 y nunca había tenido un turno en playoffs, respondió como veterano: sencillo al jardín izquierdo y empate a dos.
“Me lo presentaron como corredor emergente, y terminé siendo el bateador que cambió el juego”, contó sonriendo. “El mejor cumpleaños de mi vida.”
Desde ahí, el duelo se convirtió en una batalla de bullpen. Wilson y A.J. Hinch usaron 15 lanzadores entre ambos. Logan Gilbert y Luis Castillo, habituales abridores, tuvieron que relevar por primera vez en sus carreras. Cada inning era un examen de nervios, cada lanzamiento una posible sentencia.
En el quinceavo, con el público de 47,025 fanáticos sin voz pero sin rendirse, llegó el desenlace. J.P. Crawford abrió con sencillo, Randy Arozarena fue golpeado, y tras un elevado de sacrificio, Seattle llenó las bases. Hinch ordenó bolear intencionalmente a Julio Rodríguez. Todo quedó en manos de Polanco.
“Solo buscaba un lanzamiento que pudiera atacar”, dijo el dominicano, con champagne aún cayendo de su gorra.
Lo encontró: un cambio de velocidad bajo, y la bola rodó entre primera y segunda. Crawford anotó, y T-Mobile Park explotó. Gritos, lágrimas, abrazos. El béisbol volvía a ser religión en el noroeste.
Fue una noche que recordó a la mítica serie de 1995, cuando Edgar Martínez y Ken Griffey Jr. escribieron la primera gran epopeya de la franquicia. Treinta años después, el eco volvió a resonar con otro héroe latino vistiendo azul marino.
“Tengo tanta gratitud”, dijo Polanco. “Por el equipo, por la ciudad, por este momento. Lo soñé muchas veces.”
Seattle lo hizo de nuevo. Lo imposible, otra vez posible