
Si hay algo que caracteriza a Patrick Mahomes es su capacidad para hacer lo imposible. Nos tiene acostumbrados a remontadas épicas, jugadas mágicas y momentos donde desafía la lógica del fútbol americano. Pero en el Super Bowl LVIII, nada de eso apareció.
La defensiva de los Philadelphia Eagles convirtió al mejor mariscal de campo de la NFL en un jugador irreconocible. Seis capturas, dos intercepciones y una presión constante marcaron la noche más difícil de Mahomes en su carrera de postemporada.
Desde el inicio, Josh Sweat y Cooper DeJean fueron una pesadilla. Cada vez que Mahomes intentaba moverse en el bolsillo, los Eagles lo asfixiaban. En su primer gran error de la noche, lanzó un pase forzado mientras intentaba escapar y DeJean lo interceptó, llevándolo hasta la zona de anotación. Esa jugada fue el punto de quiebre.
El segundo cuarto fue el golpe definitivo. En pleno intento de reacción, un golpe de Sweat desestabilizó su lanzamiento y Zack Baun se quedó con el balón en la yarda 14 de los Chiefs. Minutos después, Filadelfia estaba ganando 24-0, y Mahomes lucía frustrado en la banca.
Ni siquiera la segunda mitad sirvió para redimirse. Aunque logró dos pases de touchdown tardíos, el daño estaba hecho. Su peor Super Bowl como profesional terminó con números engañosos: 253 yardas, 3 touchdowns y 2 intercepciones. Pero la realidad es que nunca estuvo cómodo y la ofensiva de los Chiefs se vio completamente superada.
Tras el partido, Mahomes asumió la culpa:
“No jugamos a nuestro nivel. Los errores en la primera mitad nos mataron. Asumo toda la responsabilidad. No podemos empezar así un Super Bowl y esperar ganar”.
Esta derrota no pone en duda su legado, pero sí deja una gran incógnita: ¿se está acabando la era de los Chiefs? En Nueva Orleans, Mahomes no pudo obrar su magia, y la dinastía de Kansas City sufrió un golpe que podría marcar el fin de su reinado.
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