DEPORTES MANIEL
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En una noche que se sentirá por décadas en el noroeste del país, los Seattle Mariners rozaron la historia. A base de coraje, poder y fe, el equipo que durante 49 años ha perseguido un sueño imposible está ahora a una sola victoria de su primera Serie Mundial.
El héroe inesperado volvió a ser el mismo de siempre: Cal Raleigh, el alma de este equipo. Con Seattle al borde del colapso en el octavo episodio, el receptor estrella conectó un cuadrangular altísimo que cayó justo detrás del muro del jardín izquierdo y encendió una ciudad entera. En ese instante, el rugido del T-Mobile Park fue tan ensordecedor que parecía temblar la bahía.
Y cuando el estadio todavía vibraba, apareció Eugenio Suárez, el pelotero que Seattle adoptó como símbolo de alegría y entrega. Con las bases llenas y toda la tensión del mundo sobre sus hombros, el dominicano soltó el swing de su vida: un grand slam que selló la victoria 6-2 sobre los Blue Jays y desató una fiesta que parecía contenida desde 2001.
Suárez, emocionado tras el juego, lo resumió sin adornos: “Seattle se merecía esto.”
Y tenía razón. Han pasado generaciones completas esperando este momento. Lo que se vivió anoche fue más que un triunfo: fue un desahogo colectivo, una noche en la que cada fanático recordó por qué nunca abandonó este equipo.
El pitcheo de los Mariners también tuvo su parte en la historia. Bryce Miller, Gabe Speier y Andrés Muñoz mantuvieron el juego vivo cuando parecía escaparse, mientras la defensa ejecutaba jugadas claves que frenaron el impulso canadiense. Todo se alineó para ese cierre cinematográfico donde Raleigh y Suárez firmaron el capítulo más grande del béisbol en Seattle.
Ahora, el destino está frente a ellos. Un triunfo más los lleva a la Serie Mundial, algo que ningún jugador, ni aficionado, ni cronista de la ciudad ha podido escribir jamás.
Pero en el clubhouse, las palabras son las mismas que adornan sus camisetas:
“Job’s Not Finished.”
El trabajo no está terminado, pero por primera vez… Seattle huele a gloria.
